La terrorífica leyenda del Colegio Teapa.
Doña
Teresa Domínguez fallecida en la ciudad de Villahermosa allá por el año de
1982, contaba que había sido trabajadora en la escuela católica de la ciudad de
Teapa, este centro era el Colegio Teapa, había sido adquirido para la
Congregación de las Siervas de Jesús Sacramentado, con la finalidad de ofrecer otro
nivel académico y técnico a los estudiantes teapanecos.
Ellas
llegaron en el año de 1958 a la ciudad asentándose en una casa ubicada frente
al parque Miguel Hidalgo, posteriormente trasladadas a una casa en la calle
Lic. Mariano Pedrero Lorca que había pertenecido a la familia González Feo y
por último, el predio actual con el edificio (muy modificado) que fue adquirido
a la familia Casanova Quintero.[1]
La
tía Tere, como le solían decir, contaba que en los años 60’s el Colegio estaba
habitado por monjas que durante las vacaciones salían a la ciudad de México o a
Guadalajara para visitar a sus familiares y que ella se quedaba cuidando el
lugar pues en el segundo piso estaban la posesiones y recámaras de las
religiosas. De la entrada principal por el pasillo izquierdo había un cuarto
que funcionaba como capilla en la cual había un Sagrado Corazón de Jesús de
tamaño natural y que se erguía de manera impresionante, durante las noches
causaba cierto temor verlo únicamente con la luz de las velas.
Al
fondo, donde ahora se encuentra la cafetería y dirección, existía un gallinero
con unas escaleras metálicas que daban acceso a una especie de bodega donde se
guardaban las herramientas, objetos del inmueble, meses, sillas y otras cosas.
La casa no estaba como se encuentra actualmente, fueron dos casas separadas, la
primera del lado derecho de un solo piso con techo de dos aguas y la del lado
izquierdo de dos plantas y techo a dos aguas, la casa original de la izquierda
serían las tres primeras ventanas de izquierda a derecha, se uniformizó para
hacer un solo edificio y como prueba de ello, en el interior se aprecia
notablemente la desnivelación de la conformación de la casa en la parte de la
capilla donde bajan unas pequeñas escaleras.
En
las noches, - continúo con el relato de la tía Tere – le acompañaba la señora
Carmita Olán, ya que se encontraba sola en esas épocas de vacaciones, después
de llevarla a conocer todo el lugar y precisamente en el centro del patio
interior existían dos árboles (mango y castaño) que frondosamente extendían sus
ramas por la totalidad del patio. Esa compañía la hacía no sin antes advertirle
que a partir de las 6 de la tarde, hora en la que muchas familias de antaño se
guardaban ya para descansar, se debían cerrar las puertas de la casa y debían
estar en el cuarto, la tía Tere dormiría en su hamaca como estaba acostumbrada
y Carmita en el catre, pero que escuchara lo que escuchara debía rezar
insistentemente pues eran “horas oscuras”.
Carmita
nunca pensó que lo que habría de pasar le helaría hasta el alma; cierta noche,
después de haber visitado la capilla y contemplado la imagen del Sagrado
Corazón imponente, fueron al cuarto como de costumbre donde tomaban en unos
pocillos el café con una pieza de pan, las puertas del cuarto eran dobles y
altas, había que atravesarles un soporte de madera horizontal para que no se
abrieran, pero la puerta tenía rendijas donde se podía apreciar el exterior si
se asomaba la mirada por ellas. Casi a las 9 de la noche, se escucharon pasos y
cadenas bajando de las escaleras de metal del fondo, el constante cacaraqueo de
las gallinas y los golpes largos contra las piedras del piso conmocionaron a
las dos mujeres que ahí se encontraban descansando.
A
pesar de que la electricidad había llegado hacía algunas décadas, no se contaba
con el suficiente sistema de alumbrado eléctrico y las casas aún se iluminaban
con cirios y quinqués de petróleo, a pesar de ello, la oscuridad cubría todo el
pueblo y se hacía a veces imposible de mirar más allá de las mismas narices.
El
sobresalto causado por el ruido motivó a Carmita a observar por la puerta, no
sin antes advertir la tía Tere que jamás abriera la puerta, pudo observar a un
hombre de blanco brillante que atado a cadenas y casi transparente con una
mirada triste y perdida recorría en forma de L la casa hasta desaparecer cerca
de los árboles que se ubicaban en el centro del patio, este recorrido duraba
cerca de una hora y regresaba de la misma manera en que había salido.
Al poco rato de
desaparecer, entre los arboles una inmensa flama color entre naranja, rojo y
amarillo u otras veces verdosa subía y bajaba de la tierra como si fuera una
llamarada, la tía Tere solía decir que ahí existía un cántaro de oro que solo
se presentaba a la persona indicada para apropiarse de él, pero ella nunca tuvo
el valor suficiente para salir sola a desenterrar el “obsequio”, probable
herencia de la familia que habitaba ahí y que por diversos motivos nunca sacó.
Esta
repetición consecutiva del hecho la observó Carmita junto con la tía Tere, pero
no existía explicación alguna para aquél extraño hombre casi transparente de
traje blanco brillante, muchos pensaron que podría tratarse del Licenciado
Lorenzo Casanova Quintero que había fallecido en la finca “La Quinta” y que
penaba por haber perdido la razón ante el anhelo de querer llegar a ser
Gobernador del Estado, por las características de su ropa y el elegante
mostacho que aún se apreciaba en su retrato.
Desafortunadamente
la tía Tere no fue al final la dueña de tan flamante premio, pues contaba años
después que las monjas habían logrado sacar la herencia consistente en 2
cántaros con centenarios de oro una noche auxiliadas por un trabajador del
Colegio. Tuvieron las religiosas la fortuna de disfrutar aquellas monedas que
no se quedaron aquí, sino que fueron trasladadas por ellas hasta el lugar donde
estaba la casa general en Guadalajara.
Pero
no era la única situación que se presentaba, subiendo las actuales escaleras
del lado izquierdo de se encontraban las habitaciones de las religiosas, que
como se mencionó antes, durante las vacaciones salían a sus respectivos lugares
para estar ya sea con su familia de origen o familia religiosa. Durante las
noches se escuchaban quejidos y gritos de dolor, cuando las puertas se azotaban
y parecía que había alguien dentro de los cuartos abriendo cajones y cerrando
algún ropero viejo con bisagras oxidadas que rechinaban de manera constante.
Para
la tía Tere habituada a los constantes ruidos, pero sin soltar el rosario,
procuraba estar orando en todo momento, sobre todo por el eterno descanso de
las personas que habitaron el lugar y en especial por una vieja religiosa que
enferma salió del Colegio y que le habían contado, ésta había fallecido en la
ciudad de México pero dejando sus posesiones en Teapa, explicación lógica, su
constante penar por los objetos personales que habían quedado en su habitación.
Luego de su
remodelación, el edificio dejó de ser un lugar lleno de misterio, como muchas
casas antiguas de Teapa que conservan ese misticismo mágico, que para la luz de
la ciencia actual resulta impenetrable explicar la atmósfera que rodea los
sucesos no comprobados de esos lugares.
Lic. Eddy Lorenzo González Jiménez, historiador.
* * * * *
Bibliografía
- González Jiménez, Eddy Lorenzo (2018): Leyendas Teapanecas (Rescatadas, Anotadas y Comentadas). Gobierno del Estado de Tabasco, Instituto Estatal de Cultura y Secretaría de Cultura. Villahermosa, Tabasco.
[1]
Rosado González, Manuel (1990): Historia y Geografía de Teapa. Gobierno del Estado de Tabasco, Instituto de Cultura de Tabasco. Villahermosa, Tabasco, pp. 25-26; Colegio Teapa (2009): Modelo Educativo. Teapa, Tabasco:
Edición Institucional, p. 14.
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