viernes, 2 de noviembre de 2018

EL CÁNTARO DE ORO Y LA MONJA MUERTA


La terrorífica leyenda del Colegio Teapa.


Fotografía del actual edificio del Colegio TEAPA bajo la dirección del Instituto Religioso de las Siervas de Jesús Sacramentado, misma que fuera propiedad de la afamada familia Casanova Quintero a principios del siglo XX. Propiedad fotográfica de ELGJ.

     Doña Teresa Domínguez fallecida en la ciudad de Villahermosa allá por el año de 1982, contaba que había sido trabajadora en la escuela católica de la ciudad de Teapa, este centro era el Colegio Teapa, había sido adquirido para la Congregación de las Siervas de Jesús Sacramentado, con la finalidad de ofrecer otro nivel académico y técnico a los estudiantes teapanecos.

     Ellas llegaron en el año de 1958 a la ciudad asentándose en una casa ubicada frente al parque Miguel Hidalgo, posteriormente trasladadas a una casa en la calle Lic. Mariano Pedrero Lorca que había pertenecido a la familia González Feo y por último, el predio actual con el edificio (muy modificado) que fue adquirido a la familia Casanova Quintero.[1]

     La tía Tere, como le solían decir, contaba que en los años 60’s el Colegio estaba habitado por monjas que durante las vacaciones salían a la ciudad de México o a Guadalajara para visitar a sus familiares y que ella se quedaba cuidando el lugar pues en el segundo piso estaban la posesiones y recámaras de las religiosas. De la entrada principal por el pasillo izquierdo había un cuarto que funcionaba como capilla en la cual había un Sagrado Corazón de Jesús de tamaño natural y que se erguía de manera impresionante, durante las noches causaba cierto temor verlo únicamente con la luz de las velas.

Contaba la tía Tere (como cariñosamente se le llamaba) que solía verse una figura espectral deambulando por los pasillos de la vieja casona convertida en escuela, salía del gallinero y con unas cadenas asidas al cuerpo rodeaba los pasillos de ida y vuelta. Fotografía de un "fantasma" de dominio público.

     Al fondo, donde ahora se encuentra la cafetería y dirección, existía un gallinero con unas escaleras metálicas que daban acceso a una especie de bodega donde se guardaban las herramientas, objetos del inmueble, meses, sillas y otras cosas. La casa no estaba como se encuentra actualmente, fueron dos casas separadas, la primera del lado derecho de un solo piso con techo de dos aguas y la del lado izquierdo de dos plantas y techo a dos aguas, la casa original de la izquierda serían las tres primeras ventanas de izquierda a derecha, se uniformizó para hacer un solo edificio y como prueba de ello, en el interior se aprecia notablemente la desnivelación de la conformación de la casa en la parte de la capilla donde bajan unas pequeñas escaleras.

     En las noches, - continúo con el relato de la tía Tere – le acompañaba la señora Carmita Olán, ya que se encontraba sola en esas épocas de vacaciones, después de llevarla a conocer todo el lugar y precisamente en el centro del patio interior existían dos árboles (mango y castaño) que frondosamente extendían sus ramas por la totalidad del patio. Esa compañía la hacía no sin antes advertirle que a partir de las 6 de la tarde, hora en la que muchas familias de antaño se guardaban ya para descansar, se debían cerrar las puertas de la casa y debían estar en el cuarto, la tía Tere dormiría en su hamaca como estaba acostumbrada y Carmita en el catre, pero que escuchara lo que escuchara debía rezar insistentemente pues eran “horas oscuras”.

     Carmita nunca pensó que lo que habría de pasar le helaría hasta el alma; cierta noche, después de haber visitado la capilla y contemplado la imagen del Sagrado Corazón imponente, fueron al cuarto como de costumbre donde tomaban en unos pocillos el café con una pieza de pan, las puertas del cuarto eran dobles y altas, había que atravesarles un soporte de madera horizontal para que no se abrieran, pero la puerta tenía rendijas donde se podía apreciar el exterior si se asomaba la mirada por ellas. Casi a las 9 de la noche, se escucharon pasos y cadenas bajando de las escaleras de metal del fondo, el constante cacaraqueo de las gallinas y los golpes largos contra las piedras del piso conmocionaron a las dos mujeres que ahí se encontraban descansando.

     A pesar de que la electricidad había llegado hacía algunas décadas, no se contaba con el suficiente sistema de alumbrado eléctrico y las casas aún se iluminaban con cirios y quinqués de petróleo, a pesar de ello, la oscuridad cubría todo el pueblo y se hacía a veces imposible de mirar más allá de las mismas narices.

     El sobresalto causado por el ruido motivó a Carmita a observar por la puerta, no sin antes advertir la tía Tere que jamás abriera la puerta, pudo observar a un hombre de blanco brillante que atado a cadenas y casi transparente con una mirada triste y perdida recorría en forma de L la casa hasta desaparecer cerca de los árboles que se ubicaban en el centro del patio, este recorrido duraba cerca de una hora y regresaba de la misma manera en que había salido.

     Al poco rato de desaparecer, entre los arboles una inmensa flama color entre naranja, rojo y amarillo u otras veces verdosa subía y bajaba de la tierra como si fuera una llamarada, la tía Tere solía decir que ahí existía un cántaro de oro que solo se presentaba a la persona indicada para apropiarse de él, pero ella nunca tuvo el valor suficiente para salir sola a desenterrar el “obsequio”, probable herencia de la familia que habitaba ahí y que por diversos motivos nunca sacó.

Fotografía tomada en 1905 del Lic. Lorenzo Casanova Quintero (encerrado en el círculo rojo) junto a los intelectuales tabasqueños que se opisieron al régimen de Porfirio Díaz en México y Abraham Bandala en Tabasco. Propiedad fotográfica Archivo Histórico y Fotográfico de Tabasco.

     Esta repetición consecutiva del hecho la observó Carmita junto con la tía Tere, pero no existía explicación alguna para aquél extraño hombre casi transparente de traje blanco brillante, muchos pensaron que podría tratarse del Licenciado Lorenzo Casanova Quintero que había fallecido en la finca “La Quinta” y que penaba por haber perdido la razón ante el anhelo de querer llegar a ser Gobernador del Estado, por las características de su ropa y el elegante mostacho que aún se apreciaba en su retrato.

     Desafortunadamente la tía Tere no fue al final la dueña de tan flamante premio, pues contaba años después que las monjas habían logrado sacar la herencia consistente en 2 cántaros con centenarios de oro una noche auxiliadas por un trabajador del Colegio. Tuvieron las religiosas la fortuna de disfrutar aquellas monedas que no se quedaron aquí, sino que fueron trasladadas por ellas hasta el lugar donde estaba la casa general en Guadalajara.

      Pero no era la única situación que se presentaba, subiendo las actuales escaleras del lado izquierdo de se encontraban las habitaciones de las religiosas, que como se mencionó antes, durante las vacaciones salían a sus respectivos lugares para estar ya sea con su familia de origen o familia religiosa. Durante las noches se escuchaban quejidos y gritos de dolor, cuando las puertas se azotaban y parecía que había alguien dentro de los cuartos abriendo cajones y cerrando algún ropero viejo con bisagras oxidadas que rechinaban de manera constante.

Las flamas que arden a cierta distancia de la superficie de la tierra o del agua se les denomina fuegos fatuos (ignis fatuus), es la inflamación de ciertas materias como animales y vegetales en putrefacción.

     Para la tía Tere habituada a los constantes ruidos, pero sin soltar el rosario, procuraba estar orando en todo momento, sobre todo por el eterno descanso de las personas que habitaron el lugar y en especial por una vieja religiosa que enferma salió del Colegio y que le habían contado, ésta había fallecido en la ciudad de México pero dejando sus posesiones en Teapa, explicación lógica, su constante penar por los objetos personales que habían quedado en su habitación.

     Luego de su remodelación, el edificio dejó de ser un lugar lleno de misterio, como muchas casas antiguas de Teapa que conservan ese misticismo mágico, que para la luz de la ciencia actual resulta impenetrable explicar la atmósfera que rodea los sucesos no comprobados de esos lugares.

Los cántaros llenos de monedas centenarias eran comunes a principios del siglo XX, sobre todo para esconderlas en los amplios terrenos de los ranchos para evitar ser sustraídos por los revolucionarios que merodeaban lo territorios, según se dice, fueron dos los cántaros encontrados por las religiosas.


Lic. Eddy Lorenzo González Jiménez, historiador.


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Bibliografía

  • González Jiménez, Eddy Lorenzo (2018): Leyendas Teapanecas (Rescatadas, Anotadas y Comentadas). Gobierno del Estado de Tabasco, Instituto Estatal de Cultura y Secretaría de Cultura. Villahermosa, Tabasco.





[1] Rosado González, Manuel (1990): Historia y Geografía de Teapa. Gobierno del Estado de Tabasco, Instituto de Cultura de Tabasco. Villahermosa, Tabasco, pp. 25-26; Colegio Teapa (2009): Modelo Educativo. Teapa, Tabasco: Edición Institucional, p. 14.

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