lunes, 24 de junio de 2019

CAELESTIS PATRONI

El nombre de San Juan Bautista y su patronazgo en la historia de la ciudad de Villahermosa.


Abstract
Casi todas las ciudades españolas que se fundaron en América desde el siglo XVI y subsecuentes, fueron colocadas bajo el patronazgo de una Virgen o santo católico, con la finalidad de ejemplificar y dar cabida a la protección divina de todos los habitantes. En la provincia de Tabasco no fue la excepción, a pesar de la poca evangelización, logró fraguar una devoción muy popular e histórica en la figura de San Juan el Bautista, el precursor de Cristo, con ello se pretendía situar al naciente pueblo y posteriormente ciudad, dentro de las precursoras que darían origen a toda la Nueva España, la devoción al santo permeó tanto que en la ciudad logró por muchos años mantenerse y aún el día de hoy, como ciudad episcopal, sigue denominándose de tal forma.

Casi desde los inicios del cristianismo oficial con la pax constantiniana, los templos cristianos comenzaron a edificarse sobre las tumbas de los mártires más representativos de los lugares donde fueron martirizados, dichos templos adquirieron con el paso del tiempo, ser lugares de peregrinación, centros de fe y milagros, además de que las mismas ciudades del martirio fueron absorbiendo el nombre del santo mártir y con la difusión del mismo cristianismo, se fueron colocando como personajes íconos en los templos.[1]

Imagen titular de San Juan Bautista, que se venera en el templo y convento del mismo nombre en la ciudad de Coyoacán, CDMX. Propiedad fotográfica del mismo templo de San Juan Bautista, Coyoacán, 2016.
  
Esta herencia permeó por más de doce siglos con la expansión de las misiones católicas y la fundación de comunidades monásticas y mendicantes, como los benedictinos, los carmelitas, los franciscanos, los dominicos, los agustinos y los mercedarios en occidente. Siendo así que la península ibérica conocida con el nombre de Hispania fue evangelizada por un sinnúmero de misioneros (monjes, frailes, diáconos, sacerdotes y obispos) que fueron concentrándose en lugares específicos dentro de la entramada vía caminera de la época para dar cabida a la proliferación de templos en las antiguas ciudades romanas con un creciente número de conversos cristianos católicos a los cuales se les otorgó un santo patrón que ejerció sobre ellos gran influencia mística y religiosa.[2]

A través de esta práctica, los templos cristianos católicos fueron identificándose más con el nombre de sus santos patrones protectores, principalmente personajes bíblicos y mártires, posteriormente al cese de las persecuciones, con los confesores, ermitaños y predicadores que dieron testimonio filial de la fe que profesaron y en la que murieron. Sobre sus sepulturas se edificaron bellos monumentos denominados basílicas a la usanza romana y se convirtieron en centros de peregrinación cristiana.

Imagen titular de Santiago Matamoros, que se venera en el templo y convento del mismo nombre en Tlatelolco, CDMX. Propiedad fotográfica del mismo templo, Tlatelolco, 2019.

La antigua Hispania no estuvo ajena a este flujo místico, el incipiente clero entendió que para un mayor proceso de conversión, no había mejor método que la ejemplificación de la vida de los santos y su influencia en la vida eclesial, con esa finalidad y la del control social, supusieron en una escala otrora de un culto a diversos santos y vírgenes que se convirtieron en abogados de personas y ciudades ante el juicio certero de Dios. Comenzaron a desfilar santos con notable devoción hispana como San Pedro, San Pablo, San Antonio, San Francisco, Santo Domingo, San Andrés, San Felipe, los Santos Santiago, San Lorenzo, San Bartolomé, Santa Clara, Santa Margarita, Santos Juan el Bautista y Evangelista, entre otros, que bajo su nombre y amparo se construyeron catedrales y monasterios.

Durante la última fase del medievo (siglos XIV y XV), la provincia Hispánica ya dividida en reinos independientes como Castilla, León, Aragón, Asturias, Navarra, Galicia y Portugal, con un rey a la cabeza cada uno, solicitan formalmente a la Sede Apostólica que se les otorgue un patronazgo, es decir, un santo identificado con la nobleza para que puedan celebrarlo y honrarlo de manera permanente. De esta forma se hace efectiva la construcción de templos, abadías, conventos y monasterios dedicados a estos santos “famosos” y a otros menos conocidos con culto reducido o localistas; así fueron formándose metodológicamente los primeros religiosos provenientes de las primeras misiones en la recién conquistada tierra americana.

            Esta metodología toponímica y territorial si bien no ha sido estudiada, tenemos base y sustento en el índice experiencial misionológico de los frailes, sus formación mística y religiosa dieron lugar a la construcción de este entramado devocional, principalmente para demostrar su capacidad evangelizadora y al mismo tiempo, su competitividad entre las mismas órdenes, pues como dice Ricard en su ya conocida obra de La Conquista Espiritual de México, debían expandirse para ganar mayor territorio y poder así ser merecedores de mayores privilegios por parte de la corona, tributos y diezmos ofrecidos por los indios para el sostenimiento de sus obras arquitectónicas, aunque por dentro vivieran como completos ermitaños, en la más extrema pobreza ligados a sus votos religiosos y bajo la Regula que habían abrazado en sus conventos originarios de la península.[3]

Plano de la provincia de Tabasco de Melchor Alfaro y Santacruz, 1579. Reproducción de las Relaciones Histórico Geográficas, 2005.

Tanto los franciscanos, los dominicos y los agustinos (que fueron las primeras órdenes religiosas llegadas a los territorios americanos con el objetivo de iniciar su evangelización y la concentración de pueblos bajo la égida religiosa y que sería el punto concreto para un sometimiento civil), establecieron pueblos en los cuales se construyeron iglesias (templos, vicarías, visitas) y conventos (monasterios y prioratos) con la advocación de un santo o una virgen que sirviera de amparo, muchas de ellos fueron encomendados el mismo día del inicio de la construcción a un santo católico que se venerara en el calendario litúrgico vigente en la época, o el día de la terminación de la construcción, también hubieron casos concretos en los cuales se le intituló una imagen religiosa venerada por la comunidad religiosa o por sustitución de fiestas de ídolos con algún santo o virgen que tuviera los mismos atributos místicos.[4]

Esta experiencia misionera inició propiamente desde la llegada de los Doce franciscanos en 1524, posteriormente los dominicos en 1526 y los agustinos en 1533[5], la esfera circundante de la antigua Tenochtitlán, ya denominada ciudad de México Tenochtitlan, sirvió para ir recreando los primeros centros ciudades-pueblos con el patronazgo de algún santo o virgen (titular) y su nombre civil (toponímico), así muchos pueblos anteriormente indígenas serían conocidos con su nombre religioso y toponímico como Santiago Tlatelolco, San Martín Texmelucan, San Bernardino Xochimilco o San Juan Bautista Coyoacán, entre otros. Bien dice Aguirre Beltrán:

“… en ningún momento piensan asignar a Cristo, o a alguna de sus representaciones, el rol de santo patrono de cualquier de los pueblos… pues hacerlo supone en parangón una divinidad que por la propia naturaleza de su concepción, y por su herencia judía, no admite en absoluto intercambio de sus rasgos constitutivos con otra deidad, ya que por definición se estima única, inmutable e infinita.”[6]

Los santos patrones jugaron un papel de suma importancia en la identidad de los pueblos, en ellos se relacionaba un cambio sistemático en el proceso de evangelización, del paso del paganismo idolátrico a una conversión real (que en muchos de los casos a través del sistema de sustitución) fue forzada. Sin embargo, cada pueblo se identificó con su santo patrón o virgen a ellos encomendado y el despunte devocional ha perdurado por siglos en aquellos lugares, esta identificación tiene mucho sentido si se comprende que los indígenas estaban habituados a la celebración de fiestas y ritualidades en torno a sus dioses.

Con la expansión de la evangelización hacia otros confines, más precisamente en el camino que recorre a la península de Yucatán, tenemos enfrentados dos bando completamente opuestos en práctica, en método y en devociones, por un lado a la Orden de Frailes Menores o franciscanos cuya provincia llamada San José de Yucatán se había elevado en 1559 con sede en el convento de San Antonio de Padua en la ciudad de Izamal[7] y por el otro, la Orden de Predicadores o dominicos cuya provincia llamada San Vicente Ferrer de Chiapa y Guatemala se constituyó en 1551 con sede prioral en el convento de Santo Domingo de Guzmán en la ciudad de la Antigua de Guatemala[8], entre estos dos ejes institucionales encontramos la jurisdicción de la provincia de Tabasco.

No es intención de esta disertación hacer una historia de la evangelización en Tabasco, mucho menos de la situación conflictiva que se generó en el traslado de Santa María de la Victoria al sitio donde actualmente se localiza la ciudad capital de Villahermosa, no pretendemos descubrir el hilo negro en esta situación, sin embargo, es necesario precisar algunos puntos esenciales que ayudarán a develar el progresivo nombramiento de San Juan el Bautista como protector de la ciudad y que así haya permanecido durante mucho tiempo como ese elemento unificó la civilidad y la religiosidad.

Bien es cierto que en la villa de Santa María de la Victoria existía una parroquia de españoles encomendada a la virgen del mismo nombre, que según tradición, era la misma que había dejado Hernán Cortés en 1519 por petición de los pobladores indígenas de la antigua Potonchán, pero esa parroquia al principio dependiente del clero secular de la administración chiapaneca y posteriormente yucateca desde la fundación del obispado en 1561; al darse la irrupción pirática en las costas, el gobierno se vio precisado a trasladar la pequeña villa al interior de la provincia para proteger a sus pobladores de una esclavitud o muerte segura, la divergencia de opiniones entre la ficticia desaparición de la villa de Santa María de la Victoria y la fundación de un nuevo poblado no hace posible afirmar concretamente un año de fundación.

Para Salazar Ledesma en su artículo llamado la Ubicación cartográfica de Villahermosa en 1579,[9] en conocimiento de algunas fuentes hacen suponer la existencia de una estancia de ganado en el paraje conocido como San Juan, mismo que hace explicar Izquierdo y de la Cueva como un asentamiento:

“… de habitantes ya no de españoles sino criollos o mestizos, arraigados a su tierra y dedicados al cultivo de cacao, del palo de tinte y a la ganadería que tanto se había extendido. Como el ganado vacuno, caballar y porcino se multiplicó rápidamente, desarrollaron la industria de los colambres, esto es de los cueros y también de la extracción de grasa animal.”[10]

Por los datos con que se cuenta, el sitio parece ser conocido desde mediados del siglo XVI, lo citaba el cosmógrafo Juan López de Velasco y posteriormente el alcalde mayor de Yucatán don Diego de Quijada, pero ¿qué santo de nombre Juan es?, ¿el Bautista o el Evangelista?, esto queda aclarado con una afirmación concreta que hace Molina Solís en su obra Historia de Yucatán durante la dominación española en la que hace referencia a una carta del obispo Fray Diego de Landa fechada el 26 de febrero de 1576 firmada en San Juan Bautista de Tabasco, y no es que ese fuera el título completo del asentamiento, sino que había sido concretamente San Juan Bautista perteneciente a la provincia de Tabasco.[11]

Tomando en cuenta los dos entes religiosos que tuvieron fricción por su expansión sobre la provincia de Tabasco, los franciscanos y los dominicos, los primeros en la Chontalpa con la visita que tenían en Gueymango dependiente del convento de Huitiupán (que si bien eran de la provincia del Santo Nombre de Jesús de Guatemala pasó a la administración franciscana josefina de Yucatán) y posteriormente con la segunda entrada de ellos en los Ríos, provenientes del convento grande de Mérida, para asentarse en la región que comprende hoy Tenosique y Balancán, los segundos ocuparon más concretamente el área de la serranía tabasqueña desde Oxolotán hasta Astapa, por lo tanto la famosa estancia de San Juan a mediados del siglo XVI estaba en la línea divisoria entre las que serían durante la década de los 50’s las dos provincias religiosas más conocidas del sureste de la Nueva España y al mismo tiempo de la Audiencia de Guatemala.

Los franciscanos al igual que los dominicos tenían una especial devoción por el mártir San Juan Bautista pues el martirio constituyó una semejanza con la “personalidad indígena”, que a causa de la situación decadentemente imperante en las comunidades indígenas, ya por la esclavitud observada en la encomienda, ya por todo el proceso de desintegración de la identidad de los mismos a causa de la evangelización, que como dice Aguirre en su obra citada:

“… colocan todo el énfasis en atributos como el dolor, la resignación y el martirio. Esta última propiedad es patognomónica de muchos héroes cristianos primitivos: el precursor del cristianismo Juan el Bautista, los apóstoles Pedro, Andrés, Juan el Evangelista y, posterior a ellos, Sebastián, sufren martirio y sólo salva de la muerte en patíbulo uno de ellos, Juan el Evangelista, gracias a la intervención personal de Cristo.”[12]

Como podemos apreciar claramente, los frailes rodearon de devociones martiriales a los pueblos de la provincia de Tabasco, mismos que aún perduran en las actuales parroquias, por ejemplo: San Juan Bautista es venerado en Iquinuapa y en Jalupa, en el actual Jalpa de Méndez que fue evangelizado por los franciscanos, así como San Pedro y San Pablo en Jalapa, el apóstol Santiago en Tapijulapa y en Teapa pueblos bajo la administración de los dominicos. A eso hay que agregar que los habitantes que se asentaron en San Juan como menciona Izquierdo fueron “criollos o mestizos” y no fueron indígenas, pero tenemos a pueblos prehispánicos asentados a muy corta distancia de ellos como Atasta o Tamulté en los cuales el patronazgo en el primero sigue la línea conducida por los evangelizadores, pues San Sebastián es patrón de Atasta, en cambio podemos atribuir que el Cristo de San Román (mismo que se venera en Campeche de filiación franciscana) fue introducido posteriormente, y que seguramente desde ahí era más fácil su administración que vivir en los pueblos indios.

Imagen titular de San Juan Bautista que se venera en la parroquia del mismo nombre en el poblado de Iquinuapa, Jalpa de Méndez. Propiedad fotográfica ELGJ, 2015.

Es así que esto nos lleva a expresar que la devoción por San Juan Bautista fue introducida por una gran influencia ya sea franciscana o dominica; pero podemos inclinarnos a pensar en la teoría de que fuera más dominica que franciscana por una cuestión muy concreta, cuando pasa la comitiva dominica con fray Bartolomé de las Casas que había sido nombrado obispo de Ciudad Real de Chiapa en marzo de 1545, dice Remesal que en los lugares donde iba pasando el obispo se habían construido capillas o pequeñas iglesias con materiales perecederos para hospedar y celebrar la divina liturgia como ocurrió en los pueblos de Tacotalpa, Tecomaxiaca y Teapa, siendo que el trayecto recorrido por fray Bartolomé fue desde la villa de Santa María de la Victoria por todo el río Grijalva hasta el río de la Sierra que seguramente de haber una estancia en ese trayecto debió realizar una estación para descansar, si bien no lo menciona Remesal, podríamos suponer que entre los dos puntos equidistantes entre la citada villa y Tacotalpa debió haber un descanso en la ruta.[13]

Es así que una pequeña capilla o iglesia de una estancia llamada San Juan Bautista se convertirá progresivamente en un templo como los demás de la provincia, realizados con material perecedero que debió reconstruirse cada que se requiriera, pero no llegó a ser parroquia inmediatamente hasta el traslado completo del poblado y las autoridades de la villa de Santa María de la Victoria el 6 de junio de 1641 al asentamiento de San Juan Bautista que ya le habían agregado el calificativo de Villahermosa, o sea, villa hermosa, que sin ser villa en todo el sentido jurídico, ahora con la traslación de las autoridades, “dejaba de ser un asentamiento irregular y se convierte en una villa legalmente establecida, como capital de la provincia de Tabasco…”[14]. Se ha comentado en muchos textos que le han seguido, que a San Juan Bautista se le colocó ese nombre en honor al capitán Juan de Grijalva, así lo explica López Reyes en su Historia de Tabasco,[15] sin embargo, como hemos venido explicando y exponiendo, muy lejos estaba aún que una población llevase el nombre de un personaje hasta que los gobiernos posteriores a la independencia los reglamentaran.

Lápida de la sepultura del Ilustrísimo Sr. Dr. Dn. Diego Bernardo de Peredo y Navarrete, obispo de Yucatán, fallecido el 21 de marzo de 1774 en San Juan de Villa Hermosa. Propiedad fotográfica Mtro. Ángel Gutiérrez Romero, Catedral de Mérida de Yucatán.

Al momento de despoblarse Santa María de la Victoria y hacer efectivo el traslado, San Juan Bautista pasó a ser la parroquia, que según fundamentos históricos y arqueológicos, ésta se encontraba en el sitio exacto donde hoy es la plaza de armas en el centro de la villa, con el paso del tiempo ésta fue mejorando su aspecto por ser la parroquia principal de la provincia, donde fue colocada la llamada imagen de Santa María de la Victoria (y que posteriormente fue viniendo a menos al trasladar la capital al pueblo de Tacotalpa en 1667), ahí mismo fue sepultado el obispo de Yucatán, Dr. Diego Bernardo de Peredo y Navarrete el 21 de marzo de 1774 cuando hacía su visita pastoral en Tabasco.[16]

La vida activa de la parroquia es evidente a lo largo de todo el periodo colonial, a pesar de la constante dispersión que seguía ocasionando la piratería hasta principios del siglo XVIII, a pesar del traslado de la imagen titular de Santa María de la Victoria de su antigua parroquia en la villa del mismo nombre, San Juan Bautista no dejó de ser el patrón oficial de la nueva capital de la provincia, sin pensar aún el constante cambio aparente de formas de nombrar al asentamiento, desde San Juan Bautista de Villa Hermosa, Villa Hermosa, San Juan de Villa Hermosa, Villa Hermosa del Puerto, Ciudad de San Juan Bautista de Tabasco, recorriendo desde el siglo XVII hasta el XIX. A pesar de ese cambio turbulento en la nomenclatura oficial, el patrón San Juan seguía siendo venerado en su parroquia, única en todo el espacio desde que los poderes habían vuelto a ella en 1795, también, si hemos de creer en la información dada por López Reyes, en la cual el gobernador Francisco Amuzquivar:

“Estando en Villa Hermosa en abril de 1787 mandó reconstruir la iglesia parroquial que estaba en medio de la Plaza Mayor; el albañil que hizo la nueva construcción fue el maestro don José Arana. La antigua de setos y paja fue substituida por otra de ladrillos y teja criolla, materiales que llegaron a Villa Hermosa en <<bongos o gallos>> provenientes de Tacotalpan y Veracruz.”[17]

Mientras se construía un mejor templo, la imagen de la virgen de la Victoria fue colocada en el fortín de la Encarnación, donde seguramente también se colocó la imagen de San Juan Bautista que al inaugurarse nuevamente fueron trasladados al nuevo templo en “la Octava de Corpus, el 5 de junio de 1788” al incendiarse el espacio que los resguardaba provisionalmente. Ni 20 años duró la construcción en la cual “a fines de 1811 se derribó la iglesia parroquial… y levantar otra más suntuosa…” afirma López Reyes, sin embargo, por una fuente externa proveniente de un investigador yucateco me aseguró que Andrés Girón, entonces gobernador de la provincia, en desavenencias con el clero y por tener ideas liberales quiso destruirla para no volver a construirla, tal como sucedió.[18]

Catedral de Esquipulas, ca. 1922. Propiedad fotográfica J. Tirado, AHFT.

Esta acción obligó a elevar la pequeña capilla del Señor de Esquipulas que se encontraba en la loma y constituirla en parroquia provisional, trasladando las imágenes sagradas hasta ella, donde quedaron a perpetuidad. Como podemos apreciar en todo el recuento que hemos hecho, San Juan Bautista no perdió vigencia a pesar de las contrariedades sociales que se vivía en la provincia y ya independiente México, como un estado libre y soberano. A pesar del paso del tiempo, no se le negó a San Juan poder celebrar su fiesta solemne cada 24 de junio, bien es recordado el Panegírico que compuso el vicario in cápite de Tabasco, fray Eduardo de Moncada, OFM en 1854 donde resalta unos puntos que desde la perspectiva religiosa e histórica, dan por afirmada la tesis que venimos sosteniendo del patrocinio del predecesor de Cristo, refiere:

En consecuencia, nosotros no debemos sino tributar testimonio, de respeto, sentimientos de amor y veneración al cual fue santo antes de nacer, el mayor de los nacidos, y el más grande delante de Dios; como así mismo el que nuestras almas y nuestros corazones se penetren de un gran júbilo, al contemplar el alto honor y la dicha que nos ha cabido de tener por titular y Patrón de esta noble ciudad, al que fue la maravilla del Evangelio, el virgen, el mártir, el mayor de los Profetas, y el Ángel que preparó los caminos del Señor.”
“… Nosotros también, católicos, no como simple vecinos y deudos del gran Bautista, sino como hijos predilectos y especiales protegidos suyos, siendo nuestro Patrón y gran Protector, participamos de aquel espiritual regocijo que señaló su gloriosa venida al mundo. En nosotros se cumplen en cierto modo muy literalmente las palabras del Ángel Gabriel a su padre Zacarías: Et multi in nativitate ejes gaudebunt: Y muchos se regocijarán en el día de su nacimiento; pues con particular motivo y como un deber de nuestra fe y veneración, celebramos llenos de regocijo este día tan precioso, lleno de las misericordias del Señor.”
“A este religioso contento, añádese, señores, el que igualmente experimentamos por cumplirse hoy un año que nuestro Exmo. Sr. Gobernador rige los destinos de este pueblo; y quien con noble empeño ha procurado incesantemente sus mejoras, debiéndose a su enérgico celo más respetuosidad y esplendor de la religión, que él profesa tan sinceramente; la supresión de los vecinos, aun los que parecían poderosamente arraigados; la paz, la seguridad que se disfrutan, con grande esperanza de ser duraderas, la idea, en fin, de un porvenir más venturoso bajo el tino  y bondad de su Gobierno; por lo que ciertamente debemos persuadirnos que por una inspiración de lo alto fue escogido para regirnos, y tendremos la dicha de su muy prolongada permanencia. ¿Qué no podemos prometernos de un Jefe de tan acendrada lealtad al Supremo de la nación, a los deberes de su destino, y de tan manifiesta ansia por emprender y ejecutar lo que tiende a la dicha y felicidad del país, muy particularmente por la edificación y reparación de nuestros templos? ¿No brilla ya en gran manera su mérito y afianza, aumenta su opinión el amor que le profesamos?”
“Sí, Exmo. Señor y dígnese V. R. percudirse de estos sinceros sentimientos, que son los de la generalidad y de proseguir en sus generosos esfuerzos. La viña del Señor necesitaba activos y esforzados cultivadores: el cielo misericordioso se ha dispensado; la mano ilustre de V. E. ha sido la escogida para este suelo, y lo se cansará jamás hasta contemplar la época del progreso, de la paz y de la moral que felizmente ha iniciado, confiando de que el ilustre patrón de Tabasco le prestará su alta protección, para que sean felices y prósperos los días de su mando, y viva siempre grato el recuerdo del primero.”[19]

Desprendemos varios puntos que se nos hacen interesantes, el primero es que San Juan Bautista sigue siendo el patrón celestial de la ciudad de San Juan Bautista de Tabasco; segundo que la solemnidad con la que se celebraron sus fiestas fue motivo de un Panegírico, es decir, un discurso doctrinal que se realiza en las funciones religiosas más importantes en templos, parroquias o basílicas y tiene la finalidad de sustituir el sermón litúrgico dentro de la misa; tercero evoca no solamente el ser precursor de Cristo, sino entrevemos la relación predecesor – Cristo – ciudad, es decir, colocar la ciudad de San Juan Bautista como la predecesora entre todas las ciudades de México, donde es la entrada de la civilización y la fe; cuarto pone al Gral. Manuel María Escobar, entonces gobernador, como el garante de la grandeza de Tabasco y lo eleva como un segundo protector y precursor por los grandes beneficios a que le han constituido en bondad y acierto en su gobierno y por último, tomar conciencia de que los ciudadanos son súbditos del Supremo gobierno de la nación y que deben ayudar a fortalecer los lazos de paz y seguridad bajo el patrocinio de San Juan Bautista, el mártir.

Antigua imagen de San Juan Bautista datada probablemente del siglo XIX que se veneraba en la Catedral de Esquipulas. Propiedad fotográfica André Efrén Ordóñez Capetillo, 2019.

Por último, al fundarse la Diócesis de Tabasco, el documento respectivo Decretum dismembrationes Dioecesis Iucatanensis atque erectionis novae Dioecesis Tabasquensis in ditione Mexicana firmada en 25 de mayo de 1880 por el Secretario Consistorial, Mons. Pedro Lasagni, corona solemnemente la devoción a San Juan Bautista, no solamente como patrón de la ciudad sino de toda la nueva jurisdicción eclesiástica:

V.
Exinde ea paroecialis Ecclesia sub invocatione caelestis patroni S. Ioannis Baptistae, quae máxima populi christiani frecuentia celebratur, quaeque ibi ceteris Ecclesiis tum amplitudine tum sacra supellectile praestat, condignius in Cathedralem erigatur, eodemque tempore in suae matricis et metropolitanae Ecclesiae Mexicanae sufraganeam adsciscatur.[20]
V.
Además, la iglesia parroquial dedicada al celestial patrono S. Juan Bautista, que es la que mayor afluencia de fieles recibe y la que aventaja a las demás iglesias tanto en amplitud como en enseres sagrados, eríjasela de la manera más digna en Iglesia Catedral y agréguesela, al mismo tiempo, como sufragánea a su Iglesia matriz y metropolitana de México.[21]

De esta manera, San Juan Bautista quedó formalmente integrado no sólo en la historia religiosa de la capital, del estado de Tabasco y de todos los que a través del tiempo (como los franciscanos y dominicos) lograron que perdurara su imagen y patronazgo de forma trascendente e imponente como el “CAELESTIS PATRONI” es decir el “CELESTIAL PATRONO” de la ciudad de Villahermosa hasta el día de hoy.

Actual imagen de San Juan Bautista que es venerada en la Catedral del Señor de Tabasco. Propiedad fotográfica de André Efrén Ordóñez Capetillo, 2018.

Del texto desprendemos las siguientes conclusiones: a) las figuras martiriales de los primeros siglos fueron los íconos principales para dar cabida a la devoción por ellos, b) los hispánicos absorbieron la fe y la devoción de los misioneros cristianos que los evangelizaron y al mismo tiempo los instruyeron en la normativa de asimilar los santos protectores que se convertirían en patrones de sus pueblos y ciudades, c) que los frailes que evangelizaron la tierras recién conquistadas otorgaron patrones a cada pueblo en función del método de sustitución, d) que en Tabasco la confrontación entre las dos órdenes religiosas (franciscanos y dominicos) por el dominio del territorio otorgó también esos patronazgos según la devoción de sus religiones, e) que San Juan Bautista fue identificado en el primitivo asentamiento como una visión de lo precursora que sería una de las grandes ciudades y primeras de la Nueva España, f) que a pesar de las circunstancia sociales en la villa, San Juan Bautista no fue relegado a segundo término y siempre se le consideró como su “ilustre patrón” y g) este patronazgo alcanzó su máxima expresión con las letras apostólicas de la Santa Sede, confirmándose lo que desde hacía mucho se sabía, San Juan Bautista es el “celestial patrón” de la ciudad que lleva su nombre.

Lic. Eddy Lorenzo González Jiménez, historiador.




[1] Álvarez Gómez (2001), 103-104.
[2] Sánchez Herrero (2001), 37-40.
[3] Ricard  (2010), 223.
[4] Godoy Patiño (1985), 48-54.
[5] Ricard (2010), 83, 85 – 86.
[6] Aguirre Beltrán (1992), 93.
[7] Morales (1993), 121.
[8] Ugalde García (2008), 7.
[9] Salazar Ledesma (1992), 32.
[10] Izquierdo y de la Cueva (1995), 15.
[11] Molina Solís (1901), T. I, 163.
[12] Aguirre Beltrán (1992), 93.
[13] Remesal (1932), 370.
[14] Ruz (2005), 110.
[15] López Reyes (1980), 83.
[16] Ibídem, 92.
[17] Ibídem, 94.
[18] Rivero Canto (2014), comunicación personal.
[19] Moncada (1854), transcripción.
[20] Lasagni (1880), 77.
[21] Lasagni (1880), traducción Antonio Barrero Avilés.


CONFERENCIA DISERTADA EL DÍA SÁBADO 22 DE JUNIO DEL PRESENTE AÑO EN EL MUSEO DE HISTORIA DE TABASCO "CASA DE LOS AZULEJOS" CON MOTIVO DE LOS FESTEJOS DEL 455 ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN DE LA CIUDAD DE VILLAHERMOSA.