martes, 12 de febrero de 2019

EL SEÑOR DE PIE Y EL PECADO EN COCHE

Una dama novohispana que nos enseñó humildad.


Presunto retrato de Doña Manuela Rosa Isabel Gregoria Francisca Felipa Fernández y de la Cueva Rodríguez. Autor: Ignacio María Barreda, Retrato de dama novohispana, óleo sobre tela, 73 x 58 cm., ca. 1795, colección particular, catalogación: Juan Carlos Cancino.

DEDICO ESTA LEYENDA A MIS HERMANOS MINISTROS EXTRAORDINARIOS DE LA SAGRADA COMUNIÓN QUE FUIMOS INSTITUIDOS EL DÍA 3 DE FEBRERO DE 2019 EN EL TEMPLO PARROQUIAL DE SANTIAGO APÓSTOL, TEAPA:
Claudia Vanesa Lagunes López / Anselmo Gallegos García / Martha Miranda Ordóñez / José Atila Moreno Hernández / Dora María García Aguilar / Abelardo Pérez Méndez / Martha Elena Jiménez Arias / Crisanto Castellanos Castellanos / María Esperanza Castillo Martínez / Darwin Ramírez Cruz / Eddy Lorenzo González Jiménez.


     Doña Manuelita Fernández y de la Cueva, era una mujer muy hermosa. La describiremos a brevedad; mujer alta, con cuerpo delgado bien formado, cabellera rubia ondulante, bellísimos ojos azules y vivaces a la vez, los cuales siempre expresaban mucha alegría, mujer de singular altura con sus pechos bien formados.

     Era una dama ágil, de buen carácter, tratando de estar siempre alegre, haciendo a un lado los malos momentos de la vida, y por lo mismo su semblante reflejaba una actitud positiva ante los hechos de la vida. Sin embargo, pese a todas estas gracias, Manuelita no era un dechado de virtudes, pues había convertido su a su bello cuerpo en instrumento para obtener dinero fácil.

     No quiere decir que se dedicara en cuerpo y alma a la profesión más antigua del mundo, pero con esa belleza y esos encantos atraía hacia sí a hombres ricos, a quienes engañaba fácilmente fingiéndoles amor y aprovechaba para sacarles todo el dinero que los tontos se dejaban sacar.

     Así pues, el dinero, si no lo tenía en abundancia, si le alcanzaba perfectamente para vivir bien, con lujos suficientes y para cumplirse todos lo caprichos que se le antojaran. Pese a la vida de pecado que llevaba, en el fondo de su alma, había una persona buena, pues ayudaba a todo el que se le ponía enfrente; no digamos los magníficos donativos que enviaba a los diversos conventos y hospitales, hospicios y orfanatos; socorría a las mujeres meretrices de su gremio, y en fin, socorría a todo aquel que le pedía ayuda económica, pues los que solicitaban ayuda no se regresaban con las manos vacías.

     El dinero que ganaba a manos llenas, vendiendo sus favores, lo gastaba igualmente, no guardaba, pero sí era suficiente para hacer todas sus caridades, pues al fin y al cabo, había muchos hombres ricos en Nueva España a quienes quitarles sus dineros, fingiéndoles amor, para despreciarlos posteriormente, cuando les hubiera sacado hasta el último centavo.

     Cuenta la leyenda que el día 12 de febrero de año de gracia de Nuestro Señor de 1708, se reunió toda la nobleza de la Nueva España, en el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. Estaban ahí presentes para realizar un acto de gratificante humildad.

Excelentísimo Señor Don Francisco Fernández de la Cueva y de la Cueva, Duque de Alburquerque, Marqués de Cuéllar, Conde de Ledesma y de Huelma, Señor de las villas de Mombeltrán, Codosera, Lanzahita, Mijares, P. Bernardo, aldea Dávila, S. Esteban, Villarejo y las Cuevas. Comendador de la Encomienda de Guanacanal en la Orden de Santiago, Administrador de la de Vensaian en la de Alcántara, Gentil hombre de la Cámara de su Majestad, Capitán General que fue de la costas y ejércitos de Andalucía y actualmente Virrey y Gobernador, Capitán General del Reino y Presidente de la Real Audiencia de México. Tomó posesión a 27 de noviembre de 1702 años. CC-BY-NC. Coordinación de Patrimonio Histórico, Artístico y Cultural. Secretaría de Cultura de la Ciudad de México.

     Se hicieron los cimientos para hacer el camarín de la Santísima Virgen. Estaba congregada la nobleza de la Nueva España, y a la cabeza de ellos se encontraba el Virrey, el excelentísimo señor Don Francisco Fernández de la Cueva [y de la Cueva], duque de Alburquerque y marqués de Cuéllar, a quien se debe la enorme obra entre otras de la fundación del Colegio Apostólico de Guadalupe en la ciudad de Zacatecas y la solemne dedicación de la Colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe en el año de gracia de 1709.
El 12 de enero de 1707 fue fundado el Colegio Apostólico de Propaganda Fide de Guadalupe, Zacatecas por los frailes franciscanos Antonio Margil de Jesús, José de Castro, José Guerra, Alonso González, Pedro Franco, José de San Francisco, Juan de Alpuente, Roque Alcaraz, Juan Miguel de Oropeza, Alfonso Fernández de Quevedo y Cristóbal Gutiérrez.
Lo que se dedicó en aquella ocasión fue la apertura del nuevo templo dedicado a la Virgen de Guadalupe el 1 de mayo de 1709 con un solemne novenario. Hasta 1749 recibió el título de Colegiata, es decir, que sin ser catedral, posee su propio cabildo. 

     El día 30 de abril de 1709 es trasladada la Santísima Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe a su nuevo lugar en solemne procesión. Curioso espectáculo ha de haber sido, pues los delicados nobles portaban en sus manos, palas, zapapicos, azadones, etc., haciendo esta dura faena, mientras las damas los contemplaban emocionadas, mirando el duro trabajo que realizaban ya fueran sus maridos, hermanos o padres, etc.

     Algunas damas secaban el sudor del rostro de los trabajadores, otros los miraban con caridad, mientras que la multitud contemplaba gozosa el espectáculo en compañía del Arzobispo, rodeado de los canónigos guadalupanos y de algunos funcionarios de palacio.
Es preciso anotar que durante esta época no existieron los "canónigos guadalupanos" y aún la Colegiata no estaba erigida sino hasta octubre de 1750 cuando tomó posesión el primer Abad, ignoro dónde tomo el citado autor la referencia.
     Terminados de cavar los cimientos de la obra, se procedió a la colocación de la primera piedra con la bendición y los aplausos correspondientes, y de ahí, el cabildo del Santuario, ofreció un banquete a los nobles trabajores, mismo que fue preparado con suma exquisitez por las hermanas capuchinas.

     Al terminar la comida, se pusieron en marcha hacia la ciudad todos los presentes, tomando cada familia sus coches suntuosos, compitiendo con la carroza dorada del señor Arzobispo, quien partió de ese sitio muy complacido de la noble acción realizada ese día. Venían ya todos de vuelta en comitiva, cuando les dio alcance una carroza de colores rojo y dorado.

     Todos voltearon sorprendidos preguntándose por ese ridículo coche y cuál sería la sorpresa al ver que era de Doña Manuelita Fernández y de la Cueva. Al ir rebazando a las demás carrozas la gentil mujer era el blanco de la crítica de las damas de la alta alcurnia, dándose todo tipo de comentarios, desde infeliz ramera hasta elegante y hermosa dama.

     Algunas mujeres murmuraban: - Cómo puede atreverse esta mujer a alcanzar a esta noble comitiva; seguramente esta dama debe tener dentro del cuerpo al mismísimo diablo -. De repente se terminaron las murmuraciones y la comitiva hizo alto total, todos los vehículos detuvieron su andar, incluyendo el de Doña Manuelita, que también detuvo su marcha.


Un viático en el Batzán. Javier Ciga, 1917. Museo de Navarra.

     El motivo fue que en esos momentos, salía el Señor Cura de la Iglesia de Santa Ana, un viejecito de pelo cano, quien en su rostro reflejaba tranquilidad y una caridad enorme. El sacerdote salía con el Viático en las manos, a impartir los últimos sacramentos a un moribundo, por delante del religioso caminaba el sacristán, quien cargaba en su mano derecha un farol y con la izquierda iba tocando la campanilla, que emitía sonidos tristes, cuya finalidad era precisamente recordar a los transeúntes el fin de la vida.

     El sacerdote caminaba lentamente llevando en sus manos el Divino Tesoro, que iba a impartir a aquél ser que se encontraba en el umbral de la eternidad. Esta dramática escena contrastaba con el lujoso desfile de la comitiva que venía del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe y era un espectáculo imponente.

     Todos los nobles se arrodillaban dentro de sus carruajes al paso del padre que tenía que ir a cumplir esa misión. De pronto, Doña Manuelita, abrió la portezuela de su carruaje y de un salto bajó de éste, se acercó al sacerdote y le ofreció con suma humildad su carro para que pudiera conducirse con rapidez a la casa del agonizante, quien esperaba con ansias los últimos sacramentos, para emprender con la gracia de Dios, el viaje sin retorno.

     Tomó la dama el farol y condujo al religioso hacia el interior del vehículo, abrió ella personalmente la puerta, se arrodilló en el estribo y le dijo estas palabras al santo hombre: - No es justo que el Señor camine a pie, y que el pecado vaya en coche. Dígnese, Padre, aceptar este carruaje para su servicio, más cinco mil pesos en oro, para que realice usted las obras de caridad que su corazón disponga -.

     Todos los presentes se quedaron perplejos; ya no murmuraron sus lenguas venenosas ni una palabra más, simplemente se dedicaron a observar a Doña Manuelita caminando a pie, tranquila y lenta, vestida elegantemente como acostumbraba, junto al carruaje que conducía al buen clérigo.

     El Arzobispo le sonrió levemente y la miró con ternura al tiempo que ella iba alejándose de su vista.

     Cuando la comitiva siguió su marcha y pasaban junto a Doña Manuelita, los cocheros y criados se quitaban con mucho respeto sus sombreros, pues todos los presentes habían recibido por parte de Doña Manuelita, una lección de humildad, que ninguno de ellos fue capaz de realizar.


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Bibliografía

  • Gómez G., Víctor J. (s/f): Leyendas y sucedidos del México colonial. Gómez Gómez Hnos. Editores, S. de R. L., México, D.F., págs. 50 - 54.
  • Andrade, Vicente de P. (1879): Tabla cronológica de los Capitulares de la Insigne Colegiata Parroquial de Santa María de Guadalupe desde su fundación hasta hoy. Tipografía y Litografía "La Europea". México, 15 p.


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